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Jaime Cabrera Junco, escritor: “La rutina no es tan mala, hay rutinas que ayudan a mejorar”

Es autor del libro ‘El cantar de las agujas’, conjunto poético editado en México, donde traza un día en la vida de un oficinista. Perú21 entrevistó al escritor Jaime Cabrera Junco.

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Fecha Actualización
Jaime Cabrera Junco no usa reloj, pero de niño le gustaban los relojes, casi al borde de la obsesión. Alguna vez le escribió un poema a su reloj, uno que se convertía en robot, de color azul. Mirar la hora era una manía, ser testigo del momento preciso en que cambia la hora. Cuando iba a la casa de sus tíos, se fijaba en un reloj que le gustaba y, sin perder el tiempo, lograba que se lo regalen. Luego en su casa lo desarmaba para ver su mecanismo.
El cantar de las agujas es tal vez una forma de desentrañar el tiempo. Es contar las horas significativas en un día en la vida de un oficinista. Poemario que marca su debut literario. Las primeras horas de este conjunto editado en México por la editorial Trajín para su serie Tinta Libre ocurrieron a contrarreloj en la maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. De 19 poemas en la tesis pasaron a 31 en el libro. Piezas que maduraron gracias al taller para escribir poemas de la librería El Péndulo, dirigido por la poeta mexicana Andrea Montiel. “Si no publicas, no vas a poder trabajar en otro libro”, le dijo. “Vi que ella era tan amable como dura; entonces, sí, le creo”, me dice Jaime. Lo presentó en Xochimilco, en las afueras de Ciudad de México, y en Lima hará lo propio el miércoles 7 de diciembre, a las 7 p.m., en la librería El Virrey de Miraflores, con la presencia de las poetas Rossella di Paolo y Virginia Benavides.
Jaime Cabrera Junco planifica su día. Hace un horario, como cuando se preparaba para estudiar Medicina. En aquella época ponderaba el tiempo que le dedicaba a cada curso según el puntaje en el examen de admisión, en un sentido directamente proporcional. Más horas de estudio para los cursos que más puntaje tenían. Así, le dedicó más tiempo a matemática que a lenguaje. No ingresó a esa carrera. Hoy procura, pase lo que pase, dedicarles más minutos a la lectura y a la escritura.
-Recuerdo una imagen tuya. Caminabas por el jirón Carabaya con dirección a la Plaza de Armas y yo hacia la plaza San Martín. Mientras caminabas, leías un libro. Parecías apurado en tu andar, pero también en tu lectura, había tensión en tu rostro.
Sigo haciendo eso (sonríe con aparente timidez). Ahora me bajo en el carro por Abancay. Es mirar el libro y mirar la pista. Hay que ganarle tiempo al tiempo. Siempre he vivido lejos, en el Callao. Más de 45 minutos. Entre mis pensamientos y escuchar la radio que ponían en la combi, decía: “No, tengo que imponerme la disciplina para leer”. Lo intentaba y generalmente fracasaba. Pero la rutina, otro tema del libro, según como uno la vea, no es tan mala. Hay rutinas que ayudan a mejorar.
-¿A qué hora empieza tu día?
Trazo un horario y digo: “Voy a dedicarle media hora a escribir de continuo y sin distraerme”. Y la siguiente media hora leo. Antes dormía menos, porque lo veía como una forma de perder el tiempo, porque, como dice Borges en el cuento “Funes el memorioso”, ‘Dormir es no estar en el mundo’, pero, cuando duermo poco, no estoy muy lúcido. Entonces, duermo siete horas. Creo que el problema de trazarse un plan es no querer aceptar que hay algo que cambia las cosas y constantemente siempre habrá algo que cambie las cosas, y eso me fastidiaba mucho. Entonces, ahora ocurre que, ante ese algo inesperado, digo: “Bueno, siempre pasará”. Y lo único que felizmente no pasará es que alguien a las 5 de la mañana me llame. Por eso a esa hora empieza mi día y me acuesto a las 10:30 p.m.
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-¿En el libro hay una crítica a este concepto ‘económico’ de la productividad?
Hay cosas que aparecen en el texto que uno no las ha previsto. No he dicho: “Voy a criticar la productividad y tal”. Después con la lectura de otros, sí pues, puede leerse como una crítica. Creo que el gran tema de la vida es tener la certeza de qué es lo que uno quiere hacer, que es bien difícil, sobre todo cuando uno es tan joven. Yo quería ser médico, pero me estrellé contra la matemática, química, física y pensé que yo era el problema. Por esas cosas raras empecé a ir a la Biblioteca Nacional porque me daba vergüenza estar en el salón del círculo de la academia Aduni, que es el grupo donde estaban los alumnos que sacaban mejores notas; yo me sentía el más bruto de ellos, y deserté y me fui a la biblioteca.
-¿Y por qué a la biblioteca?
Quería simular que estaba en clases de 8 a 1, sin decir nada en mi casa. Era el 98, 99 y por la coyuntura política de esos años vi que había algo que se llama periodismo. Así empecé a leer. Agarraba mi syllabus de la academia y buscaba en orden cronológico tragedias griegas. Pero no me enganchaba con Edipo rey y me iba al estante de novedades, y había literatura contemporánea. Y así deben de haber sido los tres últimos meses antes del examen de admisión. Ya había dado tres exámenes.
-¿Ibas derrotado al cuarto examen?
Antes de ir a la biblioteca, decía ‘sí se puede’. Tenía los horarios invertidos: no dormía de madrugada, iba a la academia de mañana, de boleto, después de haber estudiado toda la madrugada, volvía de clases y dormía después de almuerzo. Me despertaba a las 6 de la tarde y estudiaba. Pero, cuando ya iba a la biblioteca, ya dormía normal y ya estaba en el plan ‘ya fue’. No postulé a Medicina y a mis padres les dije que quería Periodismo. Se decepcionaron. Entré.
-¿Qué es el tiempo?
Hay el tiempo subjetivo, el que percibimos. Y ya veo al tiempo como una oportunidad. Es muy simbólico que haya nacido a los sietes meses.
-¿Eres puntual?
Sí. Como siempre he vivido lejos, siempre he llegado antes, a veces demasiado antes. Era muy intransigente y no sé si la meditación me haya ayudado. La pandemia también me hizo ver de otra forma el tiempo. Creo que me he reconciliado con esta mirada obsesiva del tiempo.
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AUTOFICHA:
- “Nací en Lima, el 12 de febrero de 1979, a los siete meses y días, con tres kilos y medio. Estudié Periodismo en San Marcos. Trabajé en Perú21 y desde 2014 vine a la Casa de la Literatura Peruana, y luego estudié la maestría de Escritura Creativa en San Marcos”.
- “En la Casa de la Literatura soy coordinador del área de Promoción Literaria. Ahora pienso en un libro sobre cómo la ciudad sigue devorándose a la naturaleza; vengo de un lugar, que es la Ciudad Satélite Santa Rosa, que antes eran chacras y hoy es un complejo habitacional”.
- “El libro de momento se titula Complejo habitacional. Será un poemario. Y tengo un proyecto de novela sobre un aparente parentesco con Mateo Pumacahua. Mi abuelo cambió su apellido Pumayalli; se dice que los Pumayalli eran Pumacahua; se cambiaron el sufijo cuando decapitaron a Pumacahua”.
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