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Luz Gutiérrez Privat sobre ‘El cumbión del chivo’: “Es un viaje del cuerpo a través de la Amazonía”

Dirige el espectáculo ‘El cumbión del chivo’, de las primeras puestas escénicas presenciales en medio de la pandemia. Entrevistamos a Luz Gutiérrez Privat.

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Fecha Actualización
De niña nunca sonreía. Eligió la danza para camuflar su timidez o incluso sus temores. Pero los profesores querían que sonría. No podía. “No me salía la sonrisa, me sentía como falsa, me sentía como una marioneta”, me dice Luz y recuerda el espíritu rebelde desde temprana edad. Su destreza la llevó a concursos de marinera, donde tenía que sonreír. Llegó a estar entre las tres mejores de un concurso, que no lo ganó porque no sonrió.
“Las comunidades indígenas en la sierra y selva no sonríen”, explica y agrega que la sonrisa en la danza no tiene que ver necesariamente con nuestra cultura, porque “nuestras danzas básicamente son rituales”. La obra El cumbión del chivo podría ser un ritual, uno que toma el imaginario del carnaval mestizo de Lamas, en San Martín, que explora la transformación de los temores y emociones individuales hacia el desenfreno y la afirmación colectiva. “La alegría no se manifiesta en un gesto de la boca o de los dientes, la alegría está en ese proceso de compartir con el otro”, explica Luz Gutiérrez Privat, bailarina, coreógrafa y quien dirigió por más de 10 años el Conjunto Nacional de Folklore. Ahora desde el colectivo La Trenza Danza dirige este espectáculo, ganador del Concurso de Proyectos de Producción para las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura, que se presentará hoy y mañana, en el Complejo Arqueológico Mateo Salado de Pueblo Libre. Una de las primeras puestas escénicas presenciales en pandemia, y que ya agotó su aforo.
Le pregunto si, finalmente, llegó a sonreír. “Nada. Hasta ahora no sonrío”, responde y reímos.
-El cumbión del chivo promete jolgorio, sensualidad, éxtasis, vida, muerte. Parece una puesta pospandemia.
Las conexiones de la vida están muy ligadas a todo lo que uno va creando en el arte. Cuando viajé a Lamas en 2020 para hacer el trabajo de investigación del carnaval mestizo es donde me encuentro con este jolgorio de sensualidad, de corporalidad, de lo que pertenece a un carnaval pero con contenidos propios de la región de San Martín. Me interesa mucho la selva porque, cuando trabajé en el Conjunto Nacional de Folklore, sentía que había mucha mirada a todo lo que era la sierra, y casi no había nada que hablara de la selva, o lo que había era muy cliché. Pero también me comenzó a interesar la selva porque ya había visto obras de Christian Bendayán, de Harry Chávez. Me atraía mucho esa forma a través de la cual otro mundo se despertaba. La investigación en la Amazonía es uno de los temas que más he desarrollado.
-¿Por qué no miramos más allá de los Andes?
La Amazonía es un lugar muy difícil de llegar, de adentrarse. Cuando fui la primera vez a Alto Amazonas y luego me trasladé a la comunidad indígena de los shawi, supe que yo no podría haber llegado sin un guía. Me demoré dos días para llegar en balsa, sin contar el avión desde Lima, sin contar el carro hasta Yurimaguas. Hay que saber cómo caminar por estos lugares de bosques, de muchas formas de vida distintas a la humana. Y también está el respeto: si no hubiera podido ir con un guía, no habría entendido la dimensión del respeto que hay que tener a la naturaleza, la importancia de conocer las plantas, los ríos, conectarse con la sabiduría del lugar. Todo eso lo hace complejo. Así he conocido a Julio Vargas, un maestro de Lamas, que me mostró a los representantes de su cultura. Luego él vino a Lima y trabajó conmigo y los bailarines de La Trenza.
-¿Cómo se distingue el chivo en el carnaval de Lamas?
Es uno de los personajes principales. Es como el demonio, que nace del barranco y surge en el carnaval. Tiene sus chivos menores, al Ño Carnavalón y a las muñecas que pueden ser hombres o mujeres. Toda una alteridad que tiene que ver mucho con el cuerpo, con una manera de burlarse de la vida y la muerte. La gente llora, las viudas lloran, el carnaval muere, pero a los dos minutos renace, y empieza otra vez la vida. Eso lo vi en la investigación de febrero de 2020, sin saber que se venían infinidad de muertes. El maestro Vargas se fue y empezó la cuarentena.
-¿Pero cómo hacer un carnaval en medio de la muerte?
Ese era el cuestionamiento que nos hacíamos. A los bailarines les dije que nosotros no íbamos a imitar el carnaval de Lamas, pero sí es importante reflexionar sobre la muerte, la vida. Y, finalmente, les dije que íbamos a crear nuestro propio carnaval y nuestra propia forma de entender este momento doloroso de la muerte, y eso hemos hecho, es un viaje del cuerpo a través de la Amazonía. Es una forma de mostrar que la vida continúa, sin negar todo lo que el cuerpo se transforma y sufre en el proceso para seguir viviendo.
-¿Tu nacimiento en la danza fue con paso firme?
Mi madre se dio cuenta de que yo era una niña muy tímida y dijo: “Vamos a hacer que esta niña y su hermano salgan un poco de esa timidez” (ríe). Nos hizo pasar por el salón de pintura, danza, teatro y nos pidió elegir uno. Yo elegí danza, a pesar de que era tan chuncha, pero me ayudó a salir de este cuerpo tímido.
-¿Qué expresaba ese cuerpo tímido?
Nunca hablé. Si alguien me decía algo o agredía, yo era silencio total. La danza te permite no tener que decir en palabras nada, sino decirlo desde el cuerpo.
-Tampoco sonreías. ¿A qué le temías?
A mi cuerpo. Yo creo que la timidez era como una tristeza, mi cuerpo sentía una tristeza que no alcanzaba a explicar.
-Se suele decir que la sonrisa es algo así como la ventana hacia el alma.
Se nos quiere enseñar formas en las cuales el cuerpo debe estar, debe ser, debe mostrar. A los bailarines les digo mucho: no busquemos mostrar cosas, sino busquemos nuestra propia verdad. La danza me ayuda a decir lo que hay en mí y lo que hay afuera.
-¿Hoy tu cuerpo sigue triste, le sigues temiendo a tu cuerpo?
Mi cuerpo se ha vuelto una antena que capta todo lo que hay alrededor y se impacta mucho, y a veces hace cortocircuito (ríe).
AUTOFICHA:
- “Soy Luz Marlene Gutiérrez Privat. Tengo 48 años, nací en Lima. Mi padre es de Lima y mi madre es de Concepción, en Junín. Acabé el colegio y estudié Educación. Yo quería ser bailarina, pero en casa me dijeron que siendo bailarina no iba a vivir. Mi madre es profesora”.
- “Mi padres es psicólogo. Luego estudié Historia del Arte, de ahí Danza para Maestros en la Universidad Autónoma de Barcelona y, finalmente, hice una maestría en Educación por el Arte en la Ricardo Palma. He dirigido el Conjunto Nacional de Folklore hasta 2019”.
- “Recuerdo con mucho cariño La captura del inca, una de las primeras piezas que hice para el Conjunto Nacional. Y una muy reciente que también tuvo mucha acogida es Pasionarias. Soy profesora de la Escuela Superior de Folklore, donde enseño varios cursos. Se vienen muchas cosas para 2021”.
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