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Una novela por entregas: Cuarto capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’

'Los fantasmas no mueren' es el cuarto capítulo de la novela ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’, de Juan José Roca Rey. Ilustrado por Mechaín.

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Tras la muerte de don Aurelio, Nicolás vendió el bar y se mudó a una pensión cerca del Parque Tradiciones, en Miraflores. No era tan costosa en comparación con las casas o departamentos de la zona, por lo que tampoco estaba tan bien mantenida. Los pisos eran de madera y crujían todas las noches, dando la impresión de que algún noctámbulo paseaba vigilando sus pasillos.
La habitación de Nicolás tenía una ventana que estaba bloqueada por una pared exterior, pero si se esforzaba asomándose un poco, podía ver la estatua de Ricardo Palma leyendo un libro interminable en una de las bancas del parque.
Una mañana, Linda y Nicolás estaban fumando, tirados en la cama, tan solo mirando las rajaduras y suciedad que habitaban el techo de la habitación.
–Mira –dijo Nicolás señalando–. Esa mancha se parece a Melcochina –continuó, refiriéndose a un personaje reconocido de la televisión.
–Nico, cualquier mancha se parece a él.
–¿Alguna vez has imaginado lo que será de nosotros en unos años? –preguntó Nicolás.
–Tengo que confesarte algo sobre tu padre –dijo Linda repentinamente ante la pregunta.
Nicolás no le prestó atención, pues seguía buscando figuras en el techo.
–¿Mi papá? –preguntó–. A ver, señálalo, que no lo veo.
–No, Nico. Escúchame. Tengo que confesarte algo sobre tu padre.
Nicolás se incomodó, se sentó, le dio una última calada al cigarro y lo apagó. Linda se paró de la cama.
–¿Qué pasó ahora? ¿Por qué tienes que traerlo a la conversación? Ya lo enterré hace varios meses y esperaba no tener que volver a mencionarlo.
–¿Recuerdas aquella vez en la que tu madre me llamó para hablar cuando estaba en la clínica?
–¿Tienes que hablar de ellos cuando estamos calatos en la cama?
–Tu madre me hizo prometer que nunca te lo contaría, pero necesito contártelo ahora.
–Siempre dándole la contra, ¿no? –Nicolás sonrió.
–Creo que cuando lo sepas, mi karma se va a regular y voy a poder vivir más tranquila. Ya no soporto guardarlo.
–¿Contarme qué?
–Un verano, hace muchos años, cuando te mandaron a trabajar a Oxapampa –continuó Linda.
–Sí, me acuerdo.
–Te pedí que no me dejes sola y terminamos antes de que te vayas.
–Pasó hace muchos años, Linda. Si me vas a decir que tuviste algo con alguien, ahora ya no importa.
–Escúchame, Nico –respiró hondo–. Tu padre vio que me sentía muy sola y me invitó a una comida en tu casa.
–Clásico de él. Tenía que esperar a que me vaya para hacer sus comidas en la casa.
Linda se prendió otro cigarro.
–Todos nos tomamos algunas copas. Era tarde y me sentía sola. Todo es tan confuso.
–¿Me vas a decir que tuviste un trío con mis padres o algo así? –Nicolás se rio.
Linda caló su cigarro.
–No exactamente.
A Nicolás se le transformó la cara.
–¿Cómo que no exactamente? –preguntó.
Linda soltó el humo.
–Digamos que tu madre no estuvo en la figura… –dijo.
–¿De qué me hablas? –interrumpió Nicolás.
–…hasta que nos descubrió –continuó Linda.
–Es broma, ¿no?
Nicolás soltó una risa nerviosa mientras se prendía un cigarro y Linda se quedó callada mirando su reacción. Su cara palideció y Nicolás pudo reconocer esos ojos perdidos en las paredes de la habitación y ese aspecto de un cuerpo sin alma que ponía Linda cuando algo realmente malo ocurría.
–Lárgate –continuó Nicolás.
–Por favor, no hagas esto. Era joven y no llegó a pasar nada, te lo juro. Tu madre entró antes de que pudiera pasar algo. Fue solo un beso. Andaba muy confundida y él hizo tanto por mí –agregó Linda.
–Con ese monstruo.
Nicolás se tapó la cara con las manos unos momentos.
–Nico, contéstame por favor.
Nicolás se paró de la cama y se puso la ropa.
–Por favor, no puedes irte así. Dime algo –dijo Linda, llorando–. Perdóname.
–Linda, me voy a ir a caminar. Cierra bien la puerta cuando te vayas.
–Perdón.
–Hay pruebas para superar en la vida, pero también existen caminos que se cortan. Este camino se nos terminó –dijo Nicolás–. Sabía que mi papá no dejaría de atormentarme, incluso después de muerto.
–Por favor.
–Necesito estar solo.
Nicolás se volteó y caminó hacia la calle, mientras Linda recogía sus cosas llorando.
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