Diego Bardález
Hace algunos días, cuando me encontraba en mi stand de la Feria Internacional del Libro de Lima, recibí la visita de dos amigos periodistas, con quienes charlé, en principio, sobre cómo me estaba yendo, qué tan bien iban las ventas o cuáles eran las principales novedades de la editorial. Intenté ser lo más marquetero posible en buena parte de la entrevista hasta que tocó hablar de algo mucho más importante que lo comercial, pero muy vinculado a ello: la reciente Encuesta Nacional de Lectura nos ha recordado la precaria situación que vive nuestro país en materia de lectura y acceso al libro. Mi amigo periodista hizo una pertinente referencia a dicho documento, lo cual generó la atmósfera para otro tipo de conversación. Inmediatamente, hablé acerca del rol que debería estar jugando el Estado para reverttir esta mala situación y, aunque no es nuestra obligación directa como agentes privados, referí que las editoriales tenemos que estar en una actitud proactiva para colaborar en este aspecto con la sociedad.
El éxito que se proclama desde la organización de la Feria Internacional del Libro de Lima, siempre con los anuncios de su ranking de ventas, asistencia y libros más buscados, con el timing preciso en las redes para que la foto quede bien y nadie se despeine, no debe hacernos perder de vista que el “modo FIL” sigue siendo una burbuja.
Hemos tenido alrededor de 100,000 asistentes más este año en relación con el 2023, según lo manifestado por la propia Cámara Peruana del Libro. Y, aunque no suelo considerar rigurosas sus cifras en esta materia, sí me ha resultado evidente que esta edición ha tenido concurrencia como nunca antes, varios días más de los que yo recuerde en otros años los pasillos han permitido solo el lento y cuidadoso paso de una procesión. El factor determinante para ello, no tengo duda, se debe a la presencia del Club Universitario de Deportes como expositor y como agente cultural con actividades que han involucrado publicaciones de otras editoriales, incluyendo la mía, que ha editado ya cinco libros sobre el club de Breña en el marco de las celebraciones de su centenario.
Este escenario me lleva a reflexionar en lo siguiente: hay un público nuevo, personas que se han acercado por primera vez a la feria, gente que ha comprado un libro luego de muchos años y ha visitado un espacio antes desconocido. Y ahora, ¿qué haremos con ellos? ¿Qué se han podido llevar de esta feria, más allá de algunos productos puntuales con los que ya se identifican, incluso, por fuera del tema de la lectura y de la FIL? ¿Volverían a la feria quienes tienen un interés específico en lo deportivo, como en este caso, si es que no se hubiera generado esta movida desde un agente externo? Son preguntas que nos plantean un reto para las editoriales y para la organización en general, porque todos queremos que esto crezca, pero creo que se ha perdido de vista una estrategia de fomento de lectura en un contexto favorable, en el cual pudimos entregar algo más para el público asiduo y, sobre todo, para visitantes nuevos. Ahora que la tranquilidad de haber salido económicamente airosos de este evento nos regala algunos días, tal vez podamos hacer los balances que corresponden e ir por más.