Todos los 28 de julio, sobre todo en los últimos ocho años, los peruanos nos debatimos entre nuestro amor por el país y nuestra preocupación y frustración por su futuro. Como dio a conocer una encuesta de Ipsos publicada por estas fechas el año pasado, sentimos orgullo (32%), esperanza y optimismo (29%), pero también tenemos pena (26%) y sentimientos encontrados (22%).
MIRA: El Perú sí tiene futuro
Y esta contradicción se justifica: inflamos el pecho por nuestra gastronomía (47%), pero nos avergüenza la corrupción (50%). Reconocemos nuestro arte y cultura (42%), pero nos preocupa la delincuencia (49%). Apreciamos la riqueza de nuestros recursos naturales (33%), pero consideramos que falta justicia (43%). Valoramos nuestra maravilla del mundo (28%), pero sentimos rechazo por nuestros políticos (34%). No ayuda, además, que el año pasado nuestra economía se haya contraído y, lo más preocupante, que hayamos retrocedido en los niveles de pobreza que ahora es del 29% de la población. No sorprende que la inestabilidad y la incertidumbre hayan forzado a tantos jóvenes talentos a buscar suerte más allá de nuestras fronteras.
Entonces, ¿queda espacio para el optimismo? ¿O tendremos que, para siempre, aferrarnos al cebiche y a Machu Picchu como consuelos para nuestra realidad?
Sería absurdo negar que hay muchísimo por hacer, pero lo sería aún más insinuar que no tenemos las herramientas y los medios para hacerlo. Y creo que el 28 de julio, fecha en la que conmemoramos la fundación de nuestra república y miramos hacia atrás para rendirle homenaje al empeño de los héroes que la hicieron posible, es una buena oportunidad para recordar esto último. No tanto para obtener inspiración patriótica, pero sí para recordar que de peores situaciones hemos salido y que por lo que hoy estamos pasando, con la inestabilidad y una economía en recuperación, nos coge mejor equipados que en el pasado para encarar la adversidad.
Sin ir muy lejos, todos los de mi generación recordamos con nitidez cómo estaba el Perú a finales de los ochenta. Muchos peruanos elegían migrar para alejarse del salvajismo terrorista, de la crisis económica y de la hiperinflación que nos hacía más pobres cada día. Nuestra economía no crecía, no podíamos estar tranquilos en las calles y la comunidad internacional nos veía como parias. En los años siguientes, y con la llegada del nuevo milenio, la historia sería muy distinta: creceríamos a niveles envidiados por nuestros vecinos (4.5% de promedio anual entre 1994 y 2022) y reduciríamos la pobreza históricamente, pasando de tener a la mayoría de nuestros ciudadanos en esa situación (58% en 2004) a que afecte al 20% en 2019.
MIRA: Eva Arias, Presidenta del directorio de Compañía Minera Poderosa: "El poder del esfuerzo conjunto"
Estoy convencido de que hoy podemos dar un salto similar. Por un lado, porque los cimientos económicos los mantenemos: tenemos un Banco Central de Reserva independiente que desde comienzos de 2000 nos ha permitido tener una de las inflaciones más bajas de América Latina y una moneda poco volátil; ya llevamos décadas librados del lastre de una economía abarrotada de empresas públicas deficientes; y, aunque con algunos exabruptos e intenciones populistas por aquí y por allá, el Estado mantiene un rol subsidiario.
Por otro lado, mantenemos fortalezas en el mercado internacional que tenemos la capacidad de aprovechar: somos los segundos exportadores de cobre y zinc en el mundo, los terceros de plata y los novenos de oro. Además, somos los primeros exportadores de harina de pescado y arándanos, los segundos de espárragos y los terceros de palta.
A todo esto, se suma que, incluso dentro de las crisis políticas que hemos padecido en los últimos años, el país y sus instituciones se han mantenido resilientes. Todos los problemas encarados, desde vacancias a intentos de golpe de Estado, han sido administrados correctamente por los cauces constitucionales y democráticos.
Pero claro, trasladar nuestras fortalezas y nuestra voluntad de mejorar la situación a acciones concretas no es tan fácil. La verdad es que canalizar nuestras virtudes demanda que tengamos líderes comprometidos con la causa de un mejor futuro. Ahí, a mi juicio, también hay buenas noticias, porque depende de nosotros decidir a quiénes vayamos a dar las riendas del país. Y camino a las elecciones de 2026 tenemos todavía muchísimas oportunidades para involucrarnos, para evaluar las intenciones de quienes empiezan a perfilarse como candidatos y de emplear la experiencia que hemos obtenido a lo largo de estos años difíciles para apostar por la estabilidad y, sobre todo, por personas que no desaprovechen nuestras capacidades, sino que las canalicen para que el milagro peruano del que tanto se habló a principios del milenio sea una constante.
Sé que es posible, pero tenemos que involucrarnos. Tú, yo y todos los peruanos
¡Feliz 28!
Perú21 ePaper, ingresa aquí y pruébalo gratis.