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Al Kim, un paramédico en el campo de escombros de las Torres Gemelas

Al Kim se salvó por un pelo cuando la torre sur del World Trade Center colapsó en un diluvio infernal de polvo y acero el 11 de septiembre de 2001. La tragedia lo conmocionó, pero le enseñó que la vida es fugaz y hay que poner los problemas “en perspectiva”.

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Al Kim escapó por poco de la muerte cuando la Torre Sur del World Trade Center se derrumbó el 11 de septiembre. (Foto: TIMOTHY A. CLARY / AFP)
Fecha Actualización
Al Kim se salvó por un pelo cuando la torre sur del World Trade Center colapsó en un diluvio infernal de polvo y acero el 11 de septiembre de 2001. La tragedia lo conmocionó, pero le enseñó que la vida es fugaz y hay que poner los problemas “en perspectiva”.
Kim, un paramédico de 37 años de la MetroCare Ambulances en Brooklyn, llegó conduciendo a las 09h05 a las Torres Gemelas, en el sur de Manhattan, tras el choque de dos Boeing secuestrados por yihadistas contra los rascacielos.
Le pidieron que se encargara de la evacuación de heridos en el lobby del hotel Marriott, situado entre ambas torres. Pero a las 09h59 escuchó un estruendo feroz, como el de un tren a toda velocidad. Instintivamente, se lanzó debajo de una camioneta estacionada bajo un puente peatonal.
“No puedo creer que voy a morir así”, pensó. La torre sur se había desplomado.
“No podía respirar”
“No podía respirar de tan acre que era el aire. Recuerdo utilizar mi camiseta para taparme la boca. No podía ver mis manos junto a mi cara”, contó a la AFP casi 20 años después, al recorrer emocionado por primera vez la explanada del Museo y Memorial del 9/11.
La ola de calor quemó el pelo de su nariz, sus vías respiratorias superiores y parte de su ceja izquierda. Sus ojos estaban heridos y todo su cuerpo cubierto de una gruesa capa de cenizas.
Pronto escuchó las voces de dos colegas, los ubicó y se tomaron de las manos “como niños de escuela”. Así avanzaron en la oscuridad, entre escombros y llamas.
“Mientras caminábamos hacia el área de color más claro nos inundaron las alarmas”, recordó. Era el sonido de los sensores que llevaban decenas de bomberos, que comienzan a sonar cuando no se mueven durante un cierto tiempo.
Escucharon gritos de que había un bombero herido y fueron a su búsqueda.
Se llamaba Kevin Shea, y tenía el cuello roto en tres lugares. Tenía la cara cubierta de ceniza y estaba semienterrado entre los escombros.
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En estado de alerta
Shea fue rescatado por Kim y otros tres colegas que lo cargaron en una camilla a un lugar seguro minutos antes del colapso de la torre norte. Fue el único sobreviviente de los 12 hombres de su brigada que respondieron a la emergencia.
Desde entonces, los recuerdos de Kim son borrosos y aislados.
“Pensé que este era el fin de nuestro pequeño mundo (...) Todo lo que veía a mi alrededor era un campo de escombros. Para mí la ciudad entera estaba así, y quizás incluso más allá”, señaló.
Permaneció en la zona destruida hasta la noche y regresó al día siguiente y durante varios días más. “Había mucho que hacer, funerales a los que acudir (...) No había tiempo para detenerse a reflexionar”, dijo.
Confesó con cierta vergüenza que durante unos dos años vivió “en estado de alerta constante”, con suficiente agua y comida en su coche como para durar dos semanas, y con máscaras de gas.
Resiliencia
“Estaba listo” para otro ataque, subrayó. “Mi familia me decía que era una tortuga, conduciendo por todos lados mi pequeña camioneta con mi vida dentro”.
Con el tiempo, superó la ansiedad. Pero hay emociones, sentimientos que perduran.
“Los neoyorquinos fueron realmente fuertes y resilientes. No huyeron de la ciudad. Aguantaron. Yo aguanté”, expresó con orgullo el paramédico, hoy director ejecutivo de los servicios de emergencia médica de Westchester, en las afueras de Nueva York.
Asegura que nunca sintió tanto patriotismo como el que vivió al regresar a la “Zona Cero” en esos primeros días.
“Nunca he visto nada como la efusión de apoyo nacional por Nueva York. Hasta el día de hoy no hay nada que lo supere”, destacó.
La tragedia le ayudó a darse cuenta de “cuán preciosa y frágil es realmente la vida”.
“Este año que pasó (con la pandemia) refuerza ese sentimiento, que las cosas son fugaces. Hay cosas difíciles en nuestras carreras, en la vida laboral y personal, y son aún relevantes, pero cuando lo piensas en términos más grandes, pones las cosas en perspectiva”, reflexionó.
Hace tres años, al participar en la media maratón de Nueva York con su esposa, pasó cerca del pilar que sostiene el puente que le salvó la vida, en general siempre rodeado de tráfico.
Corrió hasta él, lo abrazó y lo besó antes de retomar la carrera.
Fuente: AFP
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