Las proyecciones de intención de voto y el boca de urna en las elecciones presidenciales de la República Bolivariana de Venezuela, efectuadas el pasado domingo 28, daban por ganador al candidato de la oposición, el diplomático Edmundo González Urrutia, con un porcentaje holgado, difícil de revertir, respecto al presidente en ejercicio Nicolás Maduro Moros, atornillado en el cargo desde marzo de 2013.
Se estima, según las actas de votación que señalan tener en su poder el equipo de campaña de González, que este habría obtenido 6.27 millones de votos, en tanto que Maduro, 2.75 millones, lo que equivaldría, en porcentajes, a un triunfo de 70/30 y no de 51/44, como fue anunciado por el Consejo Electoral la misma noche del 28, pese a encontrarse en pleno procesamiento de actas. Esto dio pie a que el otrora canciller de Hugo Chávez se autoproclamara como vencedor de las elecciones, agudizándose las protestas ciudadanas que desconocen la supuesta victoria del oficialismo, que esperamos de corazón no lleguen al estadio de una guerra civil; los líderes de ambos bandos están llamados a guardar la cordura.
La comunidad internacional, así como el grueso del pueblo venezolano, ha salido a las calles a protestar ante acusaciones de fraude electoral ante la rereelección de Maduro, ha solicitado transparencia en la publicación de las actas electorales, siendo cautos en no reconocerle como ganador de las elecciones. Yendo más lejos el Perú, que ha sido el primer país en saludar el triunfo del diplomático Edmundo González, posición principista que se saluda. No obstante, la solicitud de los líderes internacionales ha caído en saco roto, pues el ente electoral aún no publica el total de las actas. Recordemos que tampoco se permitió la participación de observadores que no fueran próximos al oficialismo. Al que se le permitió monitorear, el Centro Carter, sentenció que los comicios “no pueden ser considerados demócratas”. Más claro ni el agua.
Las dictaduras se acogen convenientemente al Principio de No Intervención en asuntos internos de los países, por respeto a su soberanía, de ahí que muchas naciones han tenido que padecer largas dictaduras, además de cruentas, hasta que la propia población unida y organizada sacara por sí misma a los sátrapas del poder. Una intervención militar como reclaman muchos, ante la indefensión del propio pueblo venezolano en desventaja por el poder político en alianza con los altos mandos militares, de parte de las potencias, no se sustentaría en el Derecho Internacional, así se le llamara intervención humanitaria. Sin embargo, el repudio ante un pretendido desconocimiento de la autoridad de las ánforas va in crescendo y difícilmente podrá ser acallado.
Desde estas líneas mi total rechazo a cierto sector de la izquierda peruana que alegremente avala lo que al parecer, en mi opinión, sería el fraude electoral más elefantiásico de las últimas décadas. Una vergüenza.