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El país de la mayoría

“Las mayorías suelen querer imponer su voluntad sobre los demás, aunque la disidencia no les haga ni cosquillas porque ni se enteran. Esa es la triste y ridícula discusión de la unión civil...”.

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Quizá la diferencia más importante entre el sistema democrático que escogieron los EE.UU. tras su independización y aquel construido en Francia tras la revolución de julio de 1789 sea la filosofía que sostenía el diseño del aparato estatal de representación. En EE.UU. se establecieron poderes autónomos e independientes (no, no es lo mismo) que ejercieran contrapesos entre sí, que garantizaran los derechos reconocidos en su declaración de independencia para todos sus ciudadanos, mayorías o minorías.
En Francia, en cambio, se sustituyó un rey por otro: se pasó del autócrata soberano con nombre propio cuyos caprichos, voluntad y palabra eran la ley, al soberano “pueblo”. De ahí eso de “la voz del pueblo es la voz de Dios”. El pueblo era el soberano, todos y nadie y claro, sus voceros autorizados por ellos mismos. Las minorías estaban, por supuesto, secuestradas por las mayorías en cuyo nombre se decidía lo que sea que al vocero de turno se le ocurriera que era la voluntad del soberano.
Ya hemos hablado de esto y es por esta razón que, más adelante y muchísimos muertos después, se terminaría decidiendo que los derechos de las personas no están –ni pueden estar– sometidas a votación.
Aún con esta salvaguarda, por supuesto, las mayorías suelen querer imponer su voluntad sobre los demás, aunque la disidencia no les haga ni cosquillas porque ni se enteran. Esa es la triste y ridícula discusión de la unión civil, del matrimonio homosexual y del enfoque de género tan necesario y sin embargo tan resistido. Y no es que sea resistido porque consideren, después de un análisis sesudo y profundo, que va en contra de sus creencias o que atenta contra ellas o, más importante, contra su identidad y la de sus hijos. No, en la mayoría de los casos ni siquiera la han leído o no la han entendido.
Y así avanzamos, por el siglo XXI, en una calesita jalada por una mujer y un serrano.
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