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Haka haka buu

"Quizá, tanto como alianzas y pactos políticos para terminar tantas crisis, lo que nos hace falta es una de esas cosas simples de la vida, con la potencia para rescatar el orgullo de nuestros orígenes…”.

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   (Midjourney/Perú21)
Fecha Actualización

En Lima eran las diez de la noche de un viernes de noviembre; en Wellington serían las tres de la tarde del día siguiente. El Westpac Stadium estaba repleto, nunca se habían reunido 35 mil personas para un partido de fútbol. Ese viernes (o sábado) empataríamos a cero con Nueva Zelanda, con muchas dudas, apenas tres disparos al arco. El primero fue el más emocionante: desde la izquierda a media cancha Yotún lanza un centro hacia el punto penal, sobrepasa a los centrales y Farfán empuja la pelota, pero tan despacio que el arquero Marinovic la desvía justo en la línea de gol. La misma jugada 48 años antes: pase de Chumpitaz y Perico León, entre los centrales, sombrea al arquero Cejas y fue gol contra Argentina. En 1969 bastaba con empatar el siguiente partido en Buenos Aires para clasificarnos al mundial de México y… nos clasificamos. 

En 2017 en Lima teníamos que ganar el partido de vuelta contra Nueva Zelanda para clasificarnos al mundial de Rusia y… nos clasificamos. Pero en el partido de ida, ese viernes (o sábado), recién empezaba la historia. En el túnel de salida de los jugadores, el árbitro Geiger miraba con respeto, Rodríguez no entendía qué pasaba, Gallese sonreía nervioso y Tapia se disforzaba. Un grupo les gritaba: “Ka mate, ka mate, ka ora, ka ora / Tenel te tangata puhuruhuru / Nana i tíki mai / Whakawhiti te ra / A upane ka upane / A aupane kaupane whiti te ra / Hiii”. Si hubiese habido subtítulos, nos habríamos enterado de que en maorí significa: “Muero, muero, vivo, vivo / este es el hombre valiente / que trajo el sol / y lo hizo brillar de nuevo / un paso hacia arriba / otro paso hacia arriba / un paso hacia arriba, otro… / el sol brilla”.

La letra es de un poema de la mitología maorí, cuando dioses y hombres se mezclaban; la danza son movimientos bruscos como en las artes marciales; aletean los brazos como pájaros enormes antes de alzar vuelo; golpean sus pechos como los gorilas antes de pelear; abren ojos enormes que miran con furia; uno lanza frases que los demás contestan como consignas en mitin político; y unos te sacan la lengua, larguísima como la de Simmons de Kiss, pero por más tiempo. 

Se le llama Haka y la hicieron costumbre los equipos de rugby de Nueva Zelanda a finales del siglo XIX; lo replicaron sus tropas en la Segunda Guerra Mundial antes de entrar en batalla y luego se extendió a todos los deportes. Aquel viernes (o sábado) de noviembre se había contratado a un grupo profesional para el Haka de rigor. Pero ahora lo hacen los mismos jugadores, mírenlo en las Olimpiadas, en la previa a cualquier partido de Nueva Zelanda. El Haka ha invadido la vida social, precede el juramento de los representantes en el Parlamento y es rito obligado en las bodas.  

Bien mirada, la estética del Haka es discutible y es una extravagancia inútil que no asusta al rival. Sin embargo, va ganando respeto. Ahora lo que vale no es la danza misma, sino la pasión. La celebran todas sus sangres, no solo aquellas de origen nativo; también los inmigrantes, como una liturgia de unidad y de identidad. Lo más parecido que tenemos sería “Contigo Perú”, pero se va extinguiendo por falta de victorias y porque cuesta ser optimistas cuando estamos viviendo lo que vivimos, cuando las circunstancias aseguraban cosas mejores. El peor castigo es habernos dado cuenta de que nosotros mismos la embarramos. Por eso hay que mirar a otras naciones que, estando más divididas que nosotros, encontraron en cosas cotidianas la fuerza para salir adelante. En la Sudáfrica racista, negros y blancos se mataban. Mandela desde el poder, dando ejemplo, perdonó a carceleros y enemigos, y llamó al gobierno a los mejores sin discriminación. Pero, a pesar de tanto liderazgo, lo que los unió fue el rugby y salir campeones del mundo. El Haka en la vida social de Nueva Zelanda va en ese camino. Quizá, tanto como alianzas y pactos políticos para terminar tantas crisis, lo que nos hace falta es una de esas cosas simples de la vida, con la potencia para rescatar el orgullo de nuestros orígenes, que construya identidad, que restaure fuerzas, que incremente corajes, para dejar de mirar otros cielos, para construir vidas felices en estas tierras, para amanecer en una mañana eterna, desayunados todos, como soñaba Vallejo.   

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