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Luis Davelouis: El judío palestino
“La regla dorada de todas las religiones, organizadas o no: reciprocidad; no hagas a otro lo que no quisieras que te hagan a ti. No insultes, no humilles, no engañes, no robes, no mates y no envidies”.
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Piel y ojos oscuros, el pelo largo –y oscuro y crespo– y trenzado hasta la cintura. Más o menos así se veían los hombres jóvenes judíos que vivían en Palestina en los tiempos del emperador romano Tiberio (14 d. C. – 37 d. C.). Es probable que así también se viera Yeshua ben Yosef, nombre con el que posiblemente se conocía a Jesús de Nazaret entonces.
Si nos guiamos por la historia oficial (la de la Biblia que usan los católicos), este individuo era portador de un mensaje, paz y sabiduría absolutamente inu-sitadas para un tiempo violento y lleno de movimientos insurgentes contra el Imperio romano, y en el que –mucho más que hoy– la ley del más fuerte se sostenía en que el conocimiento (saber leer, por ejemplo) era una herramienta reservada para muy pocos.
Este Jesús decía que todos los hombres son hermanos porque todos son hijos de Dios. A diferencia del Dios de Moisés (vengativo, rencoroso, inseguro, guerrerista, terco, mal humorado y vano), el Dios que describía el hijo de María y de José solo sentía amor. Por eso, una lista de 10 mandamientos no era necesaria y bastaban dos: amar a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo.
La regla dorada de todas las religiones, organizadas o no: reciprocidad; no hagas a otro lo que no quisieras que te hagan a ti. No insultes, no humilles, no engañes, no robes, no mates y no envidies (la envidia "sana" no existe); no es una mala lista, pero la de Jesús es más práctica.
Nietzsche decía que, en esencia, solo ha existido un cristiano y que ese se murió en la cruz. Federico no estaba equivocado: hoy, Yeshua estaría preso o internado.
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