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Milenial, incorrupto, santo

“Detrás del joven Acutis en este empinado camino hacia la santidad, hay 36 aspirantes peruanos. Son 7 beatos y 29 siervos de Dios esperando un lugar destacado en los cielos”.

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A los quince años un chico piensa en su bicicleta y en que su mejor amigo para toda la vida es un perro. Y con incremental y agridulce intermitencia, en mujeres.
Mi intermitencia a esa edad se manifestaba cada vez que salía del colegio y el vehículo bajaba por la avenida Pardo. Fantaseaba con ser invisible. Así podía besar a las chicas que por esa época se lucían por las calles como minifalderas militantes, una agradable coquetería setentera. Pura proyección impura que no alcanzaba para pecado.
Hubo un chico italiano que a los 15 años principalmente solo pensaba en Dios. En cómo ayudar a los demás y en el prodigio de la Eucaristía, el insondable misterio de la transustanciación que hace de un pan materia divina.
Este interés lo difundía a través de su herramienta generacional por excelencia, el Internet, yendo a contracorriente de un caudal de contenidos descartables, mundanos y ruines que consumimos todos los días para matar las horas.
Este chico se llamaba Carlo Acutis y murió tal como lo predijo, jovencísimo, sin llegar a cumplir los 16, a causa de una violenta leucemia que ni su fe pudo detener. Su cuerpo, en sorprendente estado de conservación por razones que no tienen nada que ver con lo sobrenatural, se venera en la iglesia de Asís como umbral material hacia lo milagroso. Es el púber que está a punto de ser canonizado como santo milenial y tecnológico.
Miente aquel que dice que no necesita un milagro en su vida. Pero estos no existen sin una intermediación santa. El camino a la santidad está sujeto a un estricto protocolo. Lo que está en juego es la credibilidad de una institución religiosa, cuya materia central es algo tan delicado como la fe humana, por lo que el proceso que lo rige busca descartar alucinaciones masivas, manipulaciones comerciales o intereses personales que quieran camuflarse bajo la pureza. En el país de las vírgenes que lloran, sabemos de eso.
Ese proceso se inicia recién a los cinco años de fallecido el postulado. Acutis falleció en 2016. Desde entonces, según las reglas, se le considera siervo de Dios. Un promotor se encarga de recoger pruebas de la vida heroica del siervo. Validadas estas, el postulado adquiere la categoría de venerable. La confirmación de un primer milagro lo eleva a beato.
El primer milagro de Acutis se confirmó en Brasil, al curar a un niño de una enfermedad pancreática congénita incompatible con la vida. La madre del pequeño se enteró de Acutis por Internet, le rezó cuatro años y, cuando el niño tuvo contacto con una reliquia del venerable –un trozo de su pijama–, se curó. Según los médicos, su páncreas sufrió un cambio morfológico inexplicable.
El segundo milagro, el que lo hará santo, sucedió en 2022 cuando una chica tuvo un accidente en bicicleta en Florencia y se golpeó severamente el cerebro. Era urgente una craneotomía con una posibilidad de supervivencia muy baja. Su hermana viajó a Asís para rezar ante el cuerpo impresionantemente vívido de Acutis. Ese mismo día la chica herida y en UCI empieza a respirar sola y a recuperarse. Desaparece la hemorragia cerebral. A los pocos meses, las dos visitan juntas el cuerpo de Acutis para agradecerle. El papa Francisco ha reconocido el evento como un milagro.
La incorruptibilidad del cuerpo no es un requisito indispensable para la santidad. La fe católica tiene varias reliquias que reclaman incorruptibilidad, como la sangre de San Genaro, la cabeza de Santa Catalina de Siena o la lengua de San Antonio, que los creyentes perciben aún turgente y húmeda.
Al morir el cuerpo de Acutis, no fue ajeno a la natural descomposición. Al iniciarse su proceso fue exhumado y llevado a Asís, donde, tras un trabajo mortuorio que linda perturbadoramente con el arte, y que supuso la reconstrucción de su rostro con una máscara de silicona, se exhibe ante sus fieles vistiendo jeans, zapatillas y buzo en una urna iluminada. El joven santo luce dormido, jamás muerto. Deben ser los estándares visuales de la santidad en tiempos de selfies.
Detrás del joven Acutis en este empinado camino hacia la santidad, hay 36 aspirantes peruanos. Son 7 beatos y 29 siervos de Dios esperando un lugar destacado en los cielos.
Es el caso de la beatita de Humay. En sus tiempos no había el catalizador informativo que supone Internet, pero los testimonios y caudal de sus prodigios son copiosos. Ella daba de comer a los pobres en una ollita de barro que nunca dejaba de producir alimentos. Por ese milagro se sugirió también como la patrona de la gastronomía peruana, iniciativa que no pasó de un entusiasmo.
El milagro que hizo beato al padre Luis Tezza ocurrió en 1994, cuando el albañil Domingo Nieves, que trabajaba dentro de un foso de cinco metros de profundidad en la clínica de Surco que lleva su nombre, vio cómo toneladas de piedras y tierra se le venían encima. Con la última bocanada de aire que le quedaba antes de la avalancha, invocó al padre Tezza. Salió indemne.
El martirologio de los polacos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, asesinados por Sendero Luminoso en 1991, aceleró su beatificación. Falta confirmarles milagros.
Quien tiene el récord de santa paciencia es fray Pedro Urraca, el padre Urraca. Lleva más de cuatro siglos enterrado bajo la Iglesia de la Merced en Lima como venerable, rodeado de detentes y agradecimientos de fieles que juran haber sido bendecidos por su acción milagrosa. Pero el Vaticano aún no se ha manifestado al respecto.
Alguna vez, hace años, el vicepostulador de la causa de Urraca, el padre Milko García, le dijo al periodista Jorge Paredes, una pluma notable, que uno de esos prodigios referidos por los fieles era el de una señora que, tras pedírselo reiteradamente en oración al padre Urraca, logró que la ONP le tramitara su jubilación en solo un mes. Un mes.
Los italianos allá en Roma, decía el padre García, no entendieron que en el Perú eso era definitiva, incuestionable e indubitablemente un milagro.
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