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[Opinión] Andrés Balta: Sopa turbia y gigante
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El 23 de febrero, antes de las 12 de la noche, el jefe de Estado y su ministra de Trabajo modificaron un reglamento para que vaya en contra de la ley de tercerización empresarial. Engendraron una norma para que se voltee y apuñale a su madre (la Ley).
Veamos qué ha pasado con un ejemplo: antes, Empresa X podía contratar a Empresa Z para que esta última realice la integridad de una de sus actividades, la ‘actividad principal W’, dentro de las instalaciones de Empresa X, encargándose Empresa Z de todos los recursos materiales y financieros, así como de la maquinaria y personal de esa ‘actividad principal W’, conforme lo permitió la Ley.
Ahora, este muñeco diabólico saltó al cuello de su madre, la Ley, para morderla y gritarle: “No está permitida la tercerización de las actividades que forman parte del núcleo del negocio”. Y bajo la psicosis de la teoría del todo, el engendro dice que ese núcleo es: 1) el objeto social de la empresa; 2) lo que la identifica frente a sus clientes finales; 3) el elemento diferenciador dentro del mercado en el que desarrolla sus actividades; 4) la actividad que genera un valor añadido para sus clientes; y, 5) la que le suele reportar mayores ingresos. En suma, los legisladores de Sarratea, bajo el embrujo de Stephen Hawking, dicen: Todo es el núcleo y todo el núcleo, toda la actividad principal de cualquier empresa.
Además, el engendro le da un tatequieto al ordenamiento jurídico: se inmiscuye en los contratos privados para decir que el personal que está en esos ‘núcleos totalizadores’ se queda en ellos, como en ‘agujeros negros’ en los que todo entra y nada sale por 180 días. Un callejón oscuro contra grandes, pero, especialmente, contra pequeñas empresas.
Finalmente, el engendro hace que el personal de Empresa Z pase a ser personal de la Empresa X, proclamando que se ha desnaturalizado los contratos de trabajo entre Empresa Z y su personal y que la empleadora verdadera sea Empresa X desde el día 1 del año 1 del contrato entre las empresas X y Z, con todos los sueldos, participaciones de utilidades, gratificaciones, vacaciones y etcéteras, según las acostumbradas lecturas judiciales. O sea, una enajenación de personal, un festín de quiebras empresariales, un dique contra la aspiración de los informales para ser grandes y una sopa turbia y gigante de irresponsabilidad y contingencias.
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