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[Opinión] César Luna Victoria: Los partidos que no jugamos

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Fecha Actualización
Amaneció el milenio y elegimos a Alejando Toledo. Me llamó la atención que su partido se llamase Perú Posible. Es probable que durante los años ochenta Toledo soñase con ser presidente para redimirnos del terrorismo y de la hiperinflación. En esa época el Perú era un estado fallido, soberano en apariencia, pero incapaz de garantizar a sus ciudadanos seguridad y acceso a los servicios públicos.
En ese escenario, Perú Posible sonaba bien como propuesta. Pero cuando funda el partido en 1994, todo eso estaba arreglado. La cúpula de Sendero estaba en prisión y, con las garantías de la nueva Constitución, veníamos logrando finanzas públicas ordenadas, moneda estable, economía creciente y pobreza menguante. Los males no se habían ido del todo, pero se veía un futuro mejor. Así fue, al menos económicamente, durante los 25 años siguientes. Éramos una economía emergente bien calificada. Hasta nos planteamos ingresar a la OCDE, ese grupo de países en serio que consolidan libertad económica, democracia y desarrollo social. En 1994 el Perú era una realidad, llamar Perú Posible a un partido político fue un despropósito.
Sin embargo, no hubo final feliz. Peor aún, regresamos a ser nuevamente un estado fallido. Llevamos años de gobiernos inestables, incapaces de generar bienestar y, por tanto, sin respaldo popular. Era inevitable que el descontento social se acumulase para estallar con violencia, como ocurre cada día. Cuando sucede lo mismo a otros países, los especialistas dicen que se están “peruanizando”. Para mal, volvemos a estar en la mira del mundo. Algunas embajadas empiezan a recomendar a sus nacionales que mejor no vengan a turistear por acá. El que tiene plata la saca a mejor recaudo en el exterior. Los inversionistas, expertos en soportar riesgos políticos en todo el mundo, dicen que lo de aquí es demasiado y se van. ¿Cómo retrocedimos hasta este nivel? Explicaciones varias, usualmente que los políticos son así, que la corrupción es asá, que nos falta educación y agregue lo que corresponda.
Lo cierto es que, desde el encuentro con España hace 500 años, gobierno y pueblo estamos desconectados: o a uno no le importa el otro, o no nos comunicamos, o no nos entendemos, o no conciliamos o, cuando parece que por fin se diseña una buena política pública, ocurre algo que la frustra. No es por falta de dinero, porque cuando lo hemos tenido en abundancia tampoco se han arreglado las cosas. Puede que sea falta de capacidad de gestión pública, pero cuando realmente se quieren las cosas, esta deficiencia se subsana en el tiempo. Lo que nos ha faltado son partidos políticos de verdad. Excepciones: el Partido Civil en el siglo XIX, el APRA de Haya de la Torre en el siglo XX y, siendo generosos, alguno más, pero paramos de contar. Los partidos cumplen funciones esenciales en la política: recogen las necesidades sociales, las traducen en políticas públicas, se preparan para ejecutarlas y para eso piden ser gobierno. Así se canalizan esperanzas y se reducen frustraciones. Puede que se vayan todos, y quizá falte poco, pero nada se arregla si no construimos partidos políticos de verdad. Es lo primero por hacer. A eso hay que apostar.