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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Los retos del Bukele peruano

“Piden Bukeles para que purgen las calles del malvivir, incluyendo corruptos con circulina. No es tan fácil. El principal obstáculo que habrá de enfrentar el Bukele peruano es que el Bukele peruano no existe”.

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La decepción política se ha transformado en hartazgo. Esta furia, bajo el efecto hipnótico del que se vayan todos, reclama radicalización. Piden Bukeles para que purguen las calles del malvivir, incluyendo corruptos con circulina. No es tan fácil. El principal obstáculo que habrá de enfrentar el Bukele peruano es que el Bukele peruano no existe.
Nuestra idiosincrasia nos aleja del carácter avasallador, estilo volquete sin frenos. El atributo se admira en el líder, pero se diluye en una contraparte laboriosa, aunque mansa, acostumbrada al abuso y a la coima como el techo a la lluvia. Que otro ponga el pecho. Como en el vals, sufrimos mucho y no morimos nunca, lo que nos consolida como candidatos eternos a la mejor hinchada del mundo.
Como no existe el producto original, se apela al sucedáneo. A Fujimori le honraba que le dijeran Chinochet en alusión a la probabilidad de ser el Pinochet peruano. En cambio, a Pedro Castillo le temblaban las manos cuando el día de su enclenque golpe quiso ser el Fujimori chotano.
Tenemos a Antauro Humala, que inicialmente bajó la cabeza ante el gobierno de Dina Boluarte y por eso le llovieron envases no retornables en la plaza San Martín. Ahora requiere reposicionarse como el reservista punk rocker que aspira a ser. Su última medida al respecto fue amenazar con bajarse los pantalones ante un youtuber. Así estamos.
Esta carencia de la materia prima básica no neutraliza la aspiración de un Bukele peruano. Entre el Tren de Aragua y el Congreso ya le están haciendo gratis la campaña para cuando este aparezca desde cualquiera de los dos extremos del espectro político.
Bukele, el verdadero, es más pragmático que ideológico. En sus inicios trabajaba para la distribuidora de Yamaha en su país. Luego pasó a laborar en una de las agencias de publicidad de su papá. Participó en la propaganda de campaña del Frente Farabundo Martí, de centroizquierda, por el que luego fuera candidato y electo alcalde del municipio de Nuevo Cuscatlán.
Postula y gana la alcaldía de San Salvador, donde la vena populista empieza a manifestarse como estilo. Aprende ahí que el tema de la seguridad ciudadana es consustancial al futuro de una carrera política latinoamericana. Se embarca en la aspiración presidencial, donde se le hace útil – según manual— fustigar a los partidos tradicionales.
Lo expulsan del partido izquierdista tras un peculiar incidente en que una de sus aliadas alega que él le llama bruja y le lanza una manzana (¿?). Bukele abraza ideas liberales, gana la presidencia, cambia de aliados y funda un partido de nombre imposible: Nuevas Ideas.
En pandemia declara que toma hidrocloroquina, al estilo Trump o Rafael Rey. Despide por Twitter a 3,000 funcionarios, anuncia el Plan de Control Territorial, donde la cárcel es la máquina inmóvil que resuelve el mundo, y empieza a convertirse en el presidente admirado por una masa sedienta de Talión. Lo suyo es el populismo antisistema a la carta y sin anestesia.
Las expectativas se han devaluado a tal punto que encarcelar criminales basta como plan de gobierno. Bukele no pestañeó al legalizar el procesamiento de menores de edad y en prohibir los indultos. Son reacciones primarias que alivian a la población y desesperan a la progresía. Antes de llegar Bukele al gobierno, El Salvador reportaba tasas de 100 homicidios por cada 100 mil habitantes. Ahora esa tasa, dejando derechos atropellados en el camino, está por debajo de dos.
Hay otros factores que deberá sortear el Bukele peruano que no existe. Entre ellos, la proclividad nacional por la media tinta, así como la criollada rampante y su pariente achorado, la pendejada. Variables que, en virtud de su nivel acomodaticio, diluyen cualquier ejecución drástica. Lo dijo un antiguo alcalde de Lima: aquí hasta los microbios se acojudan.
A propósito de esto último, es pertinente revisar la ecuación que ha postulado el congresista Nano Guerra García. Según él, la necesidad de un Bukele peruano sería ociosa, pues afirma que “dos Bukeles más un Milei dan un Fujimori”.
El error de esta fórmula es no tomar en cuenta una variable consustancial al fujimorismo: hay un elemento que multiplicado por sí mismo da como resultado al político aludido. En breve: pasa por alto que la raíz cuadrada de Fujimori es Montesinos.
Esa omisión hace fallido un postulado ya incómodo. Sería como aseverar que cuatro Nanos hacen un Chibolín, estimación injusta tanto para Nano como para Andrés Hurtado, que, como sabemos, es un extraterrestre.
Ellos no son comparables con nosotros.

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