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El libro de Alan

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Quinientas veintiocho páginas tiene la carta de despedida que el presidente Alan García terminó algunas horas antes de su muerte, pero empezó a escribir, sin duda, varios años antes. Más que una autobiografía, se trata de un sólido y fascinante volumen de historias detrás de la Historia del Perú, se llama METAMEMORIAS y se presenta esta noche a las siete en el Colegio de Ingenieros. Habiendo terminado de leerlo por fin, comparto aquí solo algunos de sus pasajes más sorprendentes.
El padre de Vizcarra: “Vizcarra era un apellido que conocía, pues en mis primeros viajes como secretario de Organización, el año 1977 llegué a Moquegua y tomé contacto con la dirigencia departamental, comandada entonces por los compañeros Antonio Cabello y César Vizcarra, un aprista de gran estatura y seriedad imperturbable. Con él recorrí algunas provincias de la zona y me tocó participar, por azar, en su designación como candidato a la Asamblea Constituyente (…) Haya de la Torre me comentó sobre varios departamentos y distraídamente le pregunté por Moquegua. Miró su lista y no había un nombre para el lugar. Le mencioné que en el puerto de Ilo lo querían mucho y se sentirían muy defraudados si no llevaba un candidato suyo. Dudó y observé que entre los nombres ocultos por el plumón de color estaba el de Vizcarra. Se lo señalé e hizo con su lapicero un pequeño signo al lado. Y así, por sus propios méritos pero también por la casualidad de ese día, César Vizcarra fue candidato y después, constituyente. Curiosidades de la historia. Era el padre de quien juró la presidencia tras la vacancia de Kuczynski”.
La acusación más fácil: “No dejo de pensar que Víctor Raúl vivía una profunda e íntima soledad. ¿Por qué no tuvo familia, esposa o hijos? En esos años, la acusación más fácil era tacharlo de homosexual, y su viejo adversario, el diario El Comercio, dedicó durante años sus caricaturas a presentarlo vestido femeninamente, con un peinado sugerente y el sobrenombre de Lucy (...) Creo que eso lo ofendía en silencio; hoy sería icónico, respetado, pero entonces era vilipendiado y objeto de todas las burlas...”.
Un sicario: “Se formó una comisión investigadora sobre mi proclamado y muy publicitado ‘enriquecimiento ilícito’ manipulada por un sicario de escasos recursos mentales, pero grandes aspiraciones políticas y económicas, Olivera, que era hijo de un antiguo aprista, ingeniero de Lambayeque, que fue expulsado del partido. Aunque de clase media modesta, el vástago se dio maña para enlazarse con la hija de una de las ramas de la rica familia Wiese a pesar de su condición social diferente. Y cuando propuse la nacionalización de la banca, y con ella la del Banco Wiese, se ofreció como sicario político para destruirme”.
La preparación de un atentado: “Muchos años después, el hijo de un exministro del gobierno militar de apellido Cisneros, que se había caracterizado en su momento por sus excesos verbales aunque no por alguna acción concreta, publicó un libro sobre su padre y en él, dio testimonio de la preparación de un atentado. Un grupo de los banqueros contrató a su padre y a un sicario de apellido Monsante para traer de los Estados Unidos a dos francotiradores y eliminarme. No lo supe, ni lo cuento para dramatizar los peligros, pero está escrito y aún viven los sicarios”.
Una neurótica receta: “El presidente accesitario, aunque no elegido, asumió el cargo y fue, de inmediato, rodeado por los mismos asesores que lo hicieron con Humala y Kuczynski. Y a él, como a los otros, le aplicaron la misma y neurótica receta: “pretenden vacarlo, es preciso neutralizar a sus adversarios y fortalecer su poder”. Y, con tal propuesta, se inició el tercer golpe institucional de los últimos cincuenta años (…) Tradicionalmente, un golpe de Estado suma como elementos que una persona no elegida para el cargo ejerza agresivamente la presidencia, que se cierre el Congreso, que se nombren jueces y fiscales nuevos que serán obedientes a quien los designó, que se asalten o se compren los medios de comunicación para difundir la popularidad del régimen y para destruir a sus adversarios, en un propósito orquestado con los nuevos fiscales y jueces. Fue esto lo que silenciosamente comenzó a ocurrir bajo el comando de la principal y más rentada IDL, una asociación comandada por un viejo toledista, Gorriti Ellenbogen, anteriormente miembro del grupo israelí formado por Josep Maiman, Avi Dan On entre otros, actuantes todos con el dinero del especulador internacional George Soros”.
El otro nunca llegó: “Belaunde, solo y aislado de su partido y del país, intentó lanzar su penúltimo intento: traer a Vargas Llosa, que era el único que podía detener a este muchacho. En enero de 1984 anunció que lo proponía como primer ministro (…) su fama de escritor era lo único oponible al aprismo, al que los astros parecían favorecer, pero Belaunde, extrañamente, no calibró que lo que en Margaret Thatcher era firmeza y severidad, en su novelista era solo hepatía y exceso verbal, era un nuevo “trapo rojo” (…) Reducida su cuota de ministros de veinte a cinco, Vargas Llosa debió declinar la “generosa” propuesta de Belaunde. Sé que partió rumiando el desengaño, o tal vez, echándome la culpa de su fracaso, lo cual es su obsesión, siempre quiso ser jefe de su nación, pero esta lo repudió y ni un premio literario llegado con gran tardanza a la zaga del genio García Márquez lo pudo reivindicar ante sí mismo (…) Yo volví al poder, el otro nunca llegó”.
La muchedumbre aplaude: “Se declaró el año 2019 como El año de la lucha contra la corrupción días antes de descubrirse que Vizcarra, pequeño empresario de la construcción en el sur, era también socio y apoderado del grupo Graña y Montero y que alquilaba su maquinaria al consorcio Odebrecht para la ejecución de la carretera Interoceánica del Sur o, además, que fue receptor de ayuda electoral de la empresa de construcción CASA a la que le otorgó, ya como ministro, contratos por 900 millones. Sin embargo, la prensa, bien alimentada por la publicidad, ocultó todos estos hallazgos, como antes lo habían hecho con las fechorías de Montesinos (…) Otra vez habría que esperar un periodo para que la muchedumbre que aplaude la arbitrariedad, La chusma de arriba y la chusma de abajo –como la definió Vargas Llosa en 1992– reclame la democracia y para que los medios periodísticos confiesen su manipulación. Pero todo ello, con mayor atraso económico, más pobreza y con la barbarización de la política. Y así, el mismo ciclo se habrá repetido una vez más en la historia, cuando un accesitario sin ideología, ni cultura o estructura políticas, sintoniza con los más bajos instintos del circo”.
Un disparo en la Embajada: “La mañana del 2 de diciembre supe que no habría asilo y salí de la Embajada de Uruguay. Previamente, un incidente complicó la situación. Al momento de salir, recordé que en la noche del 2 de abril de 1992 –el golpe fujimorista– disparar mis dos revólveres me había dado los minutos necesarios para evadir al Ejército. Ahora debía salir y no sabía lo que ocurriría al trasponer la puerta. Por tanto, amartillé mi revólver, mi mismo y viejo compañero Smith Wesson 38, para abrirme paso, de ser necesario o vender cara mi existencia, pero, al hacerlo, percutó el arma…”.