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Pequeñas f(r)icciones: Lavado implacable

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Fecha Actualización
De acuerdo al libro “Oficios, lavados y activos”, publicado por la Universidad Alas Peruanas, el cobrador de combi promedio obtiene por su esforzada –y a veces incomprendida– labor alrededor de mil soles mensuales; Joaquín Ramírez, que durante parte de los años 90 realizó dicho trabajo en la ruta La Punta-La Molina, habría logrado obtener alguito más. De esta manera, habría sentado las bases que explican, con perfecta lógica y transparencia, cómo él y su familia lograron hacerse de un patrimonio, soles más, soles menos, de más de mil millones de dólares.
Sin embargo, cuando la Fiscalía, calculadora en mano, quiso desentrañar el milagroso mecanismo hacedor de fortunas, perdió la fe y encontró, en cambio, motivos de sobra para iniciar una investigación y pedir la ejecución de un megaoperativo. Los bienes incautados –y por incautar– son casi 300, desde lujosas residencias hasta modernas avionetas: hay todo menos una combi.
Aquella mañana, Ramírez se había levantado muy temprano. Corrió la cortina de su ventana de golpe y observó, sin ningún sentimiento especial, el pedazo de ciudad que apareció ante él. Estaba bajando al minigimnasio para empezar su rutina, cuando doña Lucha, la empleada de toda la vida, se cruzó en su camino.
-Señor, lo buscan.
-Pero, Lucha, ¿cuántas veces te he dicho que en mi casa no recibo a nadie? Y mucho menos a estas horas.
Doña Lucha lo miró apenada, como cara de gatita extraviada.
-Bueno -dijo Ramírez-. ¿Quiénes son? ¿Del municipio?
-No.
-No me digas que son futbolistas. Estoy cansado de que vengan a cobrarme a mí.
-Pero usted es el presidente del club.
-Lucha, tú no sabes de estas cosas. Anda nomás y diles que, si quieren hablar conmigo, que vayan al club en la tarde.
-Eso no se va a poder.
-¿Y por qué no se va a poder?
-Porque no son futbolistas.
-Ay, Lucha, Lucha, ¿entonces quiénes son?
-No me dijeron, pero me imagino. Usted sabe, por los uniformes.
-¿Son policías?
-Sí, pero el señor que me habló está de terno y tiene una medalla colgada de su cuello.
Ramírez dio un largo suspiro antes de volver a hablar.
-Lucha -dijo-, anda y diles que, por favor, me esperen un par de minutos que me voy a cambiar. Diles que estoy en pijama.
-Ya, ya, señor. Yo les digo.
-Haz que se demoren todo lo posible en entrar.
Ramírez trepó las escaleras y entró a la habitación que utilizaba como estudio. Se sentó frente a su escritorio, sacó su celular y desplegó el directorio en la pequeña pantalla. Eligió un nombre y lo presionó.
-Aló, Keiko.
-¿Joaquín? ¿Y ese milagro?
-¿Estás ocupada?
-No, no te preocupes. Solo estaba viendo una película: “Búsqueda implacable”, esa donde a Liam Neeson le secuestran a la hija. ¿La has visto?
-Creo que sí. No me acuerdo. Perdona, pero estoy muy nervioso.
-Me asustas. ¿Qué te pasa?
-Están ejecutando un megaoperativo en mi contra.
-¿Por lo del lavado de activos?
-Tiene que ser por eso.
-¿Por qué estás tan seguro?
-Porque otra cosa no he lavado.
-Pero cuéntame. ¿Qué pasó? ¿No tenías controlado el tema judicial?
-Eso mismo pensé yo, pero ya no se puede confiar ni en los jueces corruptos.
-Es verdad. Ya no se puede confiar en nadie. ¿Dónde quedaron los valores? ¿Dónde los principios?
-Y ni tiempo me da de negociar con nadie más porque ya están aquí en mi casa.
-No te creo. ¿Ya están en tu casa?
-Sí, en la puerta. Todavía no entran, pero seguro que lo hacen en cualquier momento.
-La verdad es que a mí tampoco me conviene que te pase algo. La gente va a recordar al toque que tú fuiste el financista de mi campaña de 2016. Y van a decir que si tú lavabas dinero y tú dabas dinero para mi campaña…entonces…
-¿Entonces qué?
-Ya sabes, pues, Joaquín.
-Ah, sí, claro. Es que la gente siempre piensa mal.
-Sí, sobre todo cuando piensan.
De súbito, Ramírez escuchó un ruido que llegaba desde el primer piso. Y es que doña Lucha no había podido contenerlos más y, ante el inminente derribo de la puerta, tuvo que dejarlos entrar. Entonces, un río de voces estalló y ascendió hasta la habitación donde estaba él.
-Keiko, Keiko. Ya entraron. Ya están dentro de la casa.
-Escúchame, Joaquín. Antes que nada necesito que te calmes.
-Lo intentaré.
-Ahora dime, ¿cuántos son?
-No sé. Pero por los pasos que escucho deben ser varios.
-Entiendo.
-¿Y ahora qué hago?
-Anda corriendo a la habitación más lejana y avísame cuando estés ahí.
Ramírez salió y atravesó el pasadizo. Miró por la escalera y vio que un grupo de policías estaba subiendo. Luego ingresó a otra habitación.
-Keiko, ya estoy en otro cuarto. He visto que ya están subiendo por las escaleras.
-¿Ya están subiendo?
-Sí.
-Bueno, ahora escúchame, Joaquín. Esta parte es muy importante.
-Dime.
-Te van a atrapar.
-¡No!
-Tienes que calmarte. Debes tener unos 10, 15 segundos. Son segundos muy importantes. Vas a dejar el celular en el suelo para que yo pueda escuchar. Lo que tienes que hacer es memorizar todo lo que puedas de tus captores.
-Ya, entonces memorizo… espera, Keiko, ¿de qué captores me hablas?
-¿No están yendo a capturarte?
-No, vienen a incautar todos.
-Ah, ya, me equivoqué de película, digo, de situación. Esto cambia todo.
-Keiko, te cuento….
-Escúchame primero. Lo que tienes que hacer es sacar todos los papeles de tu escritorio, llevarlos al baño y quemarlos ahí. Sobre todo cualquier documento que te relacione conmigo. Después…
-Pero Keiko.
-Sí, dime.
-No voy a poder hacer eso.
-¿Por qué? ¿No tienes fósforos?
-No es eso.
-¿Entonces? ¿Qué pasa?
-Pasa que hace rato que el señor fiscal ya está a mi costado y me pidió que ponga la llamada en altavoz.
-…
-¿Keiko? ¿Aló, Keiko?
Ramírez trepó las escaleras y entró a la habitación que utilizaba como estudio. Se sentó frente a su escritorio, sacó su celular y desplegó el directorio en la pequeña pantalla. Eligió un nombre y lo presionó”.

Este texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!
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