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Pobre, mujer de color
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Esta es la fórmula sintética, precisa e inobjetable con la que Michelle Obama se define a sí misma en su autobiografía Mi historia (Becoming), que ya es el libro de su género con mayores ventas, con más de 10 millones de ejemplares vendidos.
Toda autobiografía corre el riesgo de convertirse en una hagiografía o, lo que es peor, en un relato apresurado, superficial y poco convincente. El relato de Michelle Obama huye de estos defectos y engancha rápidamente al lector por la sinceridad y, a veces, hasta crudeza con que nos hace partícipes de sus experiencias, las cuales la fueron marcando desde temprana edad. Y, porque ha tenido la experiencia más increíble para una norteamericana bisnieta de esclavo, mujer, negra y pobre. Aunque exquisitamente educada: Ser inquilina de la Casa Blanca.
Si hubiera que concluir qué es lo que más ha pesado en su experiencia, si ser mujer o el ser “de color”, diría que esto último. Quizás la parte menos interesante del libro tiene que ver con su experiencia en la Casa Blanca. Quizás el exceso de alabanza o admiración hacia su marido, del que una vez fue su “tutora”, resulte a veces algo empalagosa.
Pero lo que destaca es que ha sido siempre consciente, en la escuela y en la Casa Blanca, de las dificultades que ha tenido que superar por ser negra, pobre y mujer. A ello se suma su ambición, en el mejor sentido de la palabra, pues su impulso siempre ha sido hacerlo todo “a la perfección”. Con un instinto e inteligencia maternal agudos, hace gala de un feminismo sincero e inteligente, que no rechaza ni la maternidad ni el amor por la familia o el respeto a la pareja, pero que se resiste a llevar frente a un hombre poderoso como Barak “su propia agenda”. Como afirma ella, “podía ser su apoyo, pero no un robot”.
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