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La politización de la justicia y el caso Andrés Hurtado.

Política para abogados

De defender expresidentes a representar a presuntos delincuentes comunes. Si el juicio mediático condiciona el juicio jurídico, los abogados son las nuevas vedettes del caso ‘Chibolín’.

 

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abogados
Fecha Actualización

Acaso la más notoria consecuencia de la judicialización de la política (y su espejo, la politización de la justicia) es la espectacularización del rol del abogado. Sintomático en un país cuyo sistema legal no incluye el histriónico juicio por jurado. A falta de tribuna real, buena es la tribuna mediática.

Pero no solo los fiscales son divos con chaleco antibalas y los jueces bajan el pulgar en las preventivas. También los jueces defensores se incineran en señal abierta y a veces ad honorem, porque el negocio está en otro lado. Los segundos de exposición televisiva y el capital mediático conseguido abren otras puertas, jalan a otros clientes y generan otros dividendos.

Bien lo sabía el propio Andrés Hurtado, quien aceitó fiscales y políticos con su programa para esos fines. Porque en el caso ‘Chibolín’, los abogados son las nuevas vedettes.

 

Mira: Chibolín: Así se halló el audio de la fiscal Peralta sobre Keiko Fujimori y Joaquín Ramírez
 

 

JUICIO MEDIÁTICO Y JUICIO JURÍDICO

César Nakazaki, exabogado de dos expresidentes, adelantó el escenario actual hace algunos años, sintomáticamente en un careo televisivo con un periodista. “El problema es que el juicio mediático es distinto al juicio jurídico”, dijo aquella vez. “Tú para condenar a una persona no necesitas una sentencia. Yo para condenar a una persona necesito una sentencia en un proceso penal”.

El aventajado alumno del también mediático José Santos Chichizola la tenía clara. “Defender el juicio mediático es una necesidad”, explicó. “Si uno pierde el juicio mediático, es difícil ganar el juicio jurídico”. Con los años, el juicio jurídico y el juicio mediático terminaron convirtiéndose en uno solo. Hoy, no se necesita una sentencia para condenar a una persona.

Eran tiempos de Jorge Avendaño, Felipe Osterling, Raúl Ferrero Costa y los ya consolidados Wisconsin Boys. Pero para ser justos habría que rastrear el histrionismo hasta Carlos Enrique Melgar, que hasta fue interpretado por el también mediático Enrique Ghersi en una obra teatral. Desde sus ternos morados hasta el Castillo Melgar en Punta Negra con otorongo incluido, el senador ayacuchano fue un personaje empecinado en dominar el juicio mediático. Antes que sus propios patrocinados, Melgar protagonizó todos los casos más sonados de la primera mitad del siglo XX. Defendió a Luis D’Unián Dulanto ‘Tatán’, a Ingrid Schwend, al siquiatra Segisfredo Luza, a Jorge Villanueva Torres ‘el Monstruo de Armendariz” y a su sobrina Eugenia Sessarego.​ Algo de eso puede leerse en su libro “Mi alegato”, sobre el Caso Luza.

La lección es clara y ya la impartió Nakazaki: el juicio mediático determina en gran medida el juicio jurídico.

 

DE PRESIDENTE A PRESIDIARIO

La nueva generación está representada por abogados como Elio Riera y Benji Espinoza. Dos colegas mediáticos que además son amigos. Que ambos hayan pasado de patrocinar a expresidentes a representar a dos acusados de presunto tráfico de influencias es una consecuencia natural de los tiempos que corren.

Elio Riera representó a Alberto Fujimori hasta hace unos días, cuando con un ansioso tuit dio la primicia de la muerte de su patrocinado. Según fuentes informadas, se acercó repetidas veces a Andrés Hurtado para ofrecerle sus servicios. Riera prepara un libro inédito escrito junto a Alberto Fujimori, quien según dice le ofreció ser su Ministro de Justicia. El libro se llamará “Detrás del hábeas corpus”. Además, prepara su candidatura al decanato del Colegio de Abogados de Lima. Y dos partidos ya le han ofrecido un número en sus respectivas listas. Hay Riera para rato.

Benji Espinoza representa a la fiscal Luz Elizabeth Peralta. Antes, tuvo la difícil tarea de dar la cara por el expresidente Pedro Castillo, quien cambia de letrado aproximadamente cada tres o cuatro meses. Algunos de aquella lista están esperando su momento junto a Juan Carlos Portugal, abogado de Dina Boluarte, y otros de segunda fila como Roberto Su, Paolo Aldea, Julio César Espinoza, Luis Medrano Girón y Eduardo Pachas.

En tiempos en que (casi) todos los expresidentes terminan en prisión, haber sido un ‘abogado presidencial’ es irónicamente un punto más en el currículum vitae. Y que tanto Benji como Elio terminen siendo a su vez políticos sería una consecuencia esperable.

Muchos abogados-políticos de presidentes han sido ministros o primeros ministros, y se han colgado o descolgado la medalla según el caso, desde Jorge del Castillo hasta Wilfredo Pedraza, pasando por Walter Ayala y Alberto Otárola. Otros, como Vladimiro Montesinos, fueron abogados a la sombra y terminaron en la ‘sombra’.

 

DE FELPUDINI A CHIBOLÍN

Precisamente la figura del fixer que la embajada de los Estados Unidos utilizó con Montesinos puede ser útil para analizar los efectos del caso Andrés Hurtado. Un fixer en jerga gringa es el que resuelve, el sujeto que soluciona problemas y conecta a personas. La persona que siempre conoce a una persona. El habla coloquial implica que utiliza métodos que están al margen de la ley.

Montesinos ciertamente era el fixer de la dictadura, el ‘limpiador’, el ‘plomero de la Casa Blanca’ pero también era mucho más. Y quienes recuerdan los inicios de Hurtado saben que su círculo de influencia giraba en torno a los posavasos y las bajas pasiones del Doc, de quien ahora pretende ser un alumno aventajado que extiende sus tentáculos en la justicia, la política, el fútbol y el periodismo. Es decir, giraba alrededor del ‘Jefecito’.

Porque a manera de homenaje, Rodolfo Carrión decidió morirse solo para hacer inmortal a su recordado personaje televisivo, acaso la más certera crítica al lameculismo y lustrabotismo local, superando incluso al ‘Piquichón’ de ‘Camotillo’. Felpudini es más preciso en su angurria chibolinesca y más sórdido en su rol de campana y facilitador de ‘Chelitas’.  

 

 

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