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Opinión: ¿Hay futuro sin El Chavo?

Roberto Gómez Bolaños, más conocido como ‘Chespirito’, nos dejó hoy a los 85 años. Revisa a continuación la columna de Lizzy Cantú, editora de Viù.

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Fecha Actualización
Los televidentes latinoamericanos se dividen en dos: los que aman El Chavo del 8 y los mexicanos. Allá pasamos la infancia viéndolo, usamos sus frases, pero renegamos de su herencia: nos hace sentir como el hijo de un papá famoso que sólo quiere ser normal, o como la hermana fea y aburrida de una chica muy guapa. Cuando viajamos al sur, todos nos hablan con frases de El Chavo y quieren recordarnos los capítulos del viaje a Acapulco o el día que el Señor Barriga se sentó encima de Don Ramón. Somos los únicos que participamos con desgano en las conversaciones entusiastas sobre la más exitosa serie cómica de la televisión en español de todos los tiempos. Hace unos días un amigo peruano que vive en México se lamentaba de que sus hijas no miraran ese programa de 'Chespirito' cuyos episodios él había aprendido de memoria cuando niño. Me alegré: hay futuro sin El Chavo.

Nos dicen que debería gustarnos El Chavo porque Chespirito viene de Shakespeare. Porque no hay nada tan universal como los vecinos pendencieros y la normalidad de no poder pagar la renta. Porque su cancioncilla no es otra cosa que la Marcha Turca Opus 113 de Beethoven que toca un setentero sintetizador Moog y que no podemos sacarnos de la cabeza. Porque logró crear un mundo que no existe pero del que todos tendremos memoria por los siglos de los siglos. Porque sin desnudos ni efectos especiales nos detenemos una y otra vez, cuarenta o veinte años después, a mirar a la misma tribu de adultos disfrazados de niños. Porque si los grupos de Facebook son un indicador de valía más de quinientos grupos sobre El Chavo le dan también la victoria en Internet. Porque antes de que existiera Twitter, ya se había escrito el mejor tuit de la historia: «Síganme los buenos». Porque nos hace reír, y la risa, al final de cuentas, es eso que nos aleja del miedo.

Treinta años después que se grabara el último de sus mil trescientos episodios, El Chavo sigue siendo un hit mundial. Se ha doblado a cincuenta idiomas y hoy lo siguen viendo en veinte países. En México, el secreto de nuestra conciencia colectiva de El Chavo es que lo admiramos y lo queremos pero nos resistimos a presumirlo porque sería aceptar nuestra identidad de fracasados, de huérfanos, de pobres pero divertidos. En el exilio, El Chavo ha terminado por ser la nostalgia del país, de ver a otros mexicanos que tampoco compran camisetas con la efigie de Don Ramón con emoción sino con la ironía snob de los hipsters de Ciudad de México. Para el resto de latinoamericanos, El Chavo es parte de su educación sentimental. Para nosotros sólo es lo que había todos los lunes en la tele, antes de que se acabara el horario infantil.

El Chavo nos ha regalado una suerte de salvoconducto oral en Latinoamérica. Una contraseña que nos hermana al instante con taxistas de cualquier país, con niños de todas las edades, con poetas respetables. Un intelectual mexicano lamentó que Roberto Gómez Bolaños hubiera empobrecido nuestras opciones culturales y vulgarizado nuestro lenguaje. El Chavo del 8 se ha vuelto como el tequila para el mexicano que viaja. Los demás podrán disfrutarlo pero, por más bueno o malo que sea, sólo puede ser de nosotros. Cada vez que alguien nos dice con un acento que quiere parecerse al nuestro que se le chispoteó, que no le tienen paciencia, que para qué nos dicen que no si sí, es como si un extraño se sentara en el sillón más cómodo de nuestra casa sin que nadie lo haya invitado.

Los mayores que miran a El Chavo por la tele en Estados Unidos buscan en él un rush de nostalgia, una cura del idioma, un rincón de confort, un recordatorio de los días en el barrio que ya no están. O tal vez sólo quieran asomarse al fondo del barril donde se quedó su infancia. Para mis sobrinos mexicanos que viven en Estados Unidos y que nacieron veinte años después de que se grabara el último episodio de El Chavo, el show no ha terminado. A su madre le preocupa que les guste tanto; a mis sobrinos, les aterra la idea de que se acabe, que exista un tiempo sin El Chavo. A mí me entristece: para ellos no hay futuro sin El Chavo.

Lizzy CantúEditora de Viù!Publicado originalmente en Etiqueta Negra